JESÚS IGLESIAS, EL MESÍAS FRUSTRADO DE VILLA COLÓN

A lo largo de los años, varios acontecimientos fueron despertando el espíritu mesiánico en Jesús Iglesias a medida de que iba siendo consciente de ellos. El primero y más obvio fue su propio nombre, de cuya particularidad se percató apenas comenzados sus estudios primarios en el Colegio Pío, ya que los hermanos salesianos no paraban de hacérselo notar. “Llamándote como te llamas, tu estás destinado a hacer grandes obras” le decía siempre el hermano Joaquín al pequeño Jesús, quien pensaba que el cura se refería a que iba a ser albañil como su padre.



No fue así empero, y tras algunos años de peón de chacra, Jesús Iglesias consiguió entrar en el Correo merced a una recomendación que le consiguió su padre gracias a su militancia en el club colorado de la calle Guanahani. Esa fue la segunda señal que recibió Jesús, al que nunca nadie pudo convencer de que lo que decían sus compañeros acerca de que el trabajo de cartero era un apostolado, era nada más que una metáfora.

Peor aún fue cuando se enteró de que a las cartas también se les llamaba “epístolas”. Esa circunstancia fue la que le llevó a perder el empleo, pues agarró la costumbre de abrir y leer toda la correspondencia correspondiente a los destinatarios llamados Pedros, Juanes y Timoteos, hasta que fue descubierto. Para ese entonces, ya estaba casado con Dolores De los Santos, a quien había conocido en una kermese del colegio de las Hermanas Alemanas, y con la que debió casarse tras una noche de sbornia, ante la insistencia de la chica y la escopeta de su padre, el viejo Inocencio. Esa fue la tercera señal que recibió Jesús, y bautizó a su hija como Eva Angélica.

La cuarta señal que recibió Jesús Iglesias fue cuando se dió cuenta de que su esposa había terminado llamándose Dolores De los Santos de Iglesias, y la quinta cuando se percató de que su hija resultó ser Eva Angélica Iglesias De los Santos. Por un momento pensó en hacerse mormón, pero en los últimos días, y aprovechando que seguía desocupado tras ser destituído del correo, al igual que varios chacreros de Melilla que hacían feria, creyó que no resultaría cosa buena tanta intermediación y decidió fundar su propia iglesia para que el contacto con el Señor fuera más directo.

Fue así que finalmente se cumplió la profecía del hermano Joaquín y Jesús terminó albañileando como su padre. Poco a poco fue construyendo su templo en un hermoso y agreste solar que ocupó en la calle Galileo (esa fue la sexta señal, pero demoró en darse cuenta) y el arroyo Pantanoso, mientras su esposa y su hija vendían ballenitas en los ómnibus para poder parar la olla.

Con unos bloques robados por aquí, unas maderas requechadas en el basural cercano y unas chapas hurtadas por allá, poco a poco y ayudado por sus vecinos (que al parecer trabajaban de noche, pues estaban todo el día mayormente sin hacer nada) Jesús fue levantando su templo. Cuando algunos de sus futuros feligreses le donaron unos hermosos bancos igualitos a los de las paradas de los ómnibus, Jesús estuvo pronto para comenzar su apostolado.

Más ahí le surgió un problema con el que no había contado: ¿cual sería el sujeto del predicado de su verbo? Porque hasta ese momento, Jesús nunca se había puesto a pensar qué sería lo que diferenciaría a su iglesia del resto, cual sería el leit motiv que convertiría a su iglesia en un templo sui generis que atrajera al populorum. Que había un Dios todopoderoso en el cielo, eso ya estaba. Que la Biblia era el libro que recogía las palabras que él había inspirado en un variopinto conjunto de gente a través de los siglos, también ya estaba. Que Jesús era el hijo de Dios y a la vez Dios mismo, también.

El templo estaba pronto y los feligreses deseando inaugurarlo, pero pasaban los días y Jesús no se decidía. Leía la Biblia para un lado, la leía para el otro, y nada. Habló con un pastor evangélico; con un bautista; con un pentecostal; con un testigo de jehová; con un anabaptista; con Ana Batista misma, una vecina de Sayago, etcétera, etcétera, para ver si encontraba alguna diferencia que justificara la fundación de una nueva iglesia, y nada.

Al final, aburrido de escuchar estupideces, Jesús Iglesias abandonó su mesianismo y utilizó el galpón que había construído para armar un bailongo de cumbiamba, al que puso por nombre “El Templo de la Villa”. Tal fue el suceso obtenido, que actualmente Jesús y su familia viven en Parque Miramar, Eva Angélica va al Colegio Alemán, Dolores juega al rummy en el Carrasco Lawn, y Jesús es directivo de Casa de Galicia, donde hace y deshace otra que como el Galileo, como el Padre mismo.
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(*) Todas las personas e instituciones mencionadas en este texto son totalmente ficticias, y no puede haber ningún parecido con la realidad ya que estas fantasías descabelladas existen solamente en la mente (mejor dicho: en lo que de ella queda) de quien las ha escrito.