JOHNNY LINGHAM, SALVADO POR LA IGNORANCIA


En la vida hay personas que nunca pueden olvidarse, imborrables individuos que siempre guarda la memoria, por uno u otro motivo. A algunos, los recordamos por sus obras, como al Dr. Luis Morquio o a José Piendibene. A otros los recordamos simplemente por el parentesco, como a mi tío Antonio Pérez, que si lo ví mas de una vez en mi vida, ya no me acuerdo. A otras personas, en cambio, las recordamos simplemente por su nombre, y ese es el caso de Johnny Lingham.




¿Qué podría contarles de Johnny Lingham que valiera la pena contarse? Hago memoria, estrujo mis sesos, doy vueltas a la habitación con pasos enérgicos, las manos cruzadas a mis espaldas, y no recuerdo nada digno de contarse. Lo único que puedo decir de Johnny Lingham es que ligó mal. Nacido en 1955, vino a convertirse en adolescente en pleno auge del hinduismo y el sexo tántrico, por lo que sus compañeros de estudios lo agarraron para andar desde el primer día de clase.

Al principio, Johnny se limitaba a ponerse colorado y a blasfemar para adentro, pero con el correr de los meses y el aumento de las sádicas insidias de sus congéneres y coetáneos, tradicionalmente adolescidos de la más mínima piedad, decidió hacer gala a su nombre y convertirse en un obseso sexual y un depravado. Para lograr tal objetivo comenzó por cometer pequeños latrocinios con el fin de hacerse de la base teórica para la corrupción de su espíritu. Con los reales hurtados del monedero de su nonagenaria abuela y de la alcancía de su hermanita de seis años, Johnny fue comprando libros tales como el Kamasutra; Memorias de una Princesa Rusa; La Venus de las pieles, y revistas como El Pingüino y Rico Tipo.

Pero Johnny nunca pudo lograr su objetivo, pues la abuela y la hermana se quejaron a su padre, para mayor desgracia el mismo día en que nuestro malhadado amigo se había quedado con el vuelto de la carnicería, adonde la madre lo había mandado a comprar unas costillas sin lomo para el almuerzo, pues quería comprarse Los cantos de Maldoror. Cuando el viejo Lingham se enteró, le dio tantos zapatillazos en el traste que a Johnny se le fueron todas las pavadas.

También le hizo dejar el liceo, y lo puso a trabajar de changador en el Mercado Modelo, donde nadie había oído hablar nunca ni del yoni ni del lingam (por lo menos con esos nombres), y donde sus compañeros lo iniciaron en las verdaderas lides carnales, haciéndolo debutar con la Shirley en el prostíbulo de la calle Trento. Fue así que Johnny Linghan pudo ser feliz gracias a la ignorancia de su entorno (de la que –como por suerte suele suceder- se fue contagiando paulatinamente) hasta llegar a casarse y tener hijos y a –en definitiva– tener una vida vulgar e intrascendente, como la de la mayoría de nosotros.